Nos encontramos al final de un ciclo político y económico: lo antiguo se está desmoronando pero lo nuevo no acaba de imponerse. Los intereses que soportan al viejo orden son aún poderosos: los gobiernos, los partidos mayoritarios, las instituciones europeas, los medios de comunicación y el discurso cultural dominante siguen en sus manos. El neoliberalismo no es una especie de feudalismo con unos cuantos oligarcas en su cúspide. El futuro de una parte de las clases medias, incluso también de las clases populares, sigue dependiendo de la revaloración de sus ahorros en los mercados financieros. Esta luna de miel entre renta financiera y clases subalternas complica la oposición al neoliberalismo aún cuando el número de sus perdedores vaya en aumento cada día. Cualquier salida justa a la actual situación pasa por romper con él, el principal responsable de la situación social y económica creada desde Maastricht, pasa por colocar al trabajo y la creatividad humana, un trabajo digno social- y ambientalmente razonable, en el centro de la agenda política. Los Estados, que han venido debilitando su poder recaudador durante treina años a favor de los ricos, se han quedado sin margen de maniobra fiscal. Tienen que acudir a los mercados financieros para pagar los sistemas de bienestar a los que les comprometen sus constituciones. Los impuestos directos son formas de redistribución de arriba abajo. Pero los mercados financieros son formas de redistribución de abajo a arriba, pues el grueso de la ciudadanía tiene que pagar con sus impuestos el servicio de la deuda, servicio que va a parar a los bolsillos de los propietarios últimos de la deuda: la alta buguersía del planeta y en menor medida también las clases medias y populares a través de los inversores institucionales. La alianza entre clases populares y finanzas es más sólida en en los países anglosajones cuyos gobiernos neoliberales liquidaron hace décadas los sistemas públicos y hoy se niegan a regular los mercados financieros porque devaluaría los ahorros de muchos de sus ciudadanos. Esta alianza es cada vez más débil en la Europa continental, una situación que también explica el bloqueo del proyecto europeo ¿qué escenarios se le abre a las fuerzas antineoliberales?Respuesta política: hay que hacer converger las tres fuentes de poder que coexisten en una sociedad capitalista desarrollada para forzar una salida justa al neoliberalismo: los movimientos de los ciudadanos en la calle más o menos organizados, el poder institucional y el poder del trabajo organizado. Cada uno de ellos maneja lenguajes diferentes, sus tradiciones y fuentes de inspiración son distintas, sus procedimientos de lucha también, sus desencuentros aún profundos. Pero no hay posibilidad ninguna de forzar esta salida si los tres no se unen en algún momento, si no se encuentran unas determinadas formas, un determinado lenguaje para que así sea. Es el modelo de convergencia que se está ensayando en Murcia donde los movimientos sociales y los partidos políticos de la izquierda alternativa, incluídas las bases de Equo –a pesar, por cierto, de su dirección estatal- van a presentar una lista unitaria al Senado encabezada por José Coy, un conocido luchador contra los desahucios. Algunos sectores políticos, algunas mentalidades sectarias, algunas ideas herederas de una época que se acaba intentan frenar, ensuciar o bloquear esta salida. Hay que aislarlos con argumentos, con buenas maneras, con capacidad de persuación y perseverancia. Las Mesas Ciudadanas de Convergencia están en esta tarea: la extensión del modelo murciano al conjunto del Estado, al conjunto de los ciudadanos y ciudadanas de buena voluntad.
Respuesta social y respuesta económica: hay que hacer converger a los profesionales urbanos, a las clases populares que están sufriendo el principal azote de la crisis y, dentro de ellas, a los autónomos que representan más del 20% de la población activa del país. También a aquella parte de los empresarios con capacidad de generar valores de uso social y ambientalmente razonables. Un proyecto de reconversión social y ambiental basado en un programa de financiación pública, en una expansión de los mercados internos vía aumentos salariales y una desmundialización parcial de la economía española podría conformar un bloque social sólido alrededor de un “New Deal rojiverde”. Su aplicación inauguraría una dinámica de empoderamiento del trabajo frente al capital, permitiría elevar la autodeteminación política y económica de la ciudadanía y poner en marcha una nueva forma de producir, de consumir, una nueva forma de movilidad, un nuevo diseño urbano, una nueva forma de vida. Abriría el camino para metas políticamente más ambiciosas y permitiría involucrar a las clases populares en un proceso de reconversión ambiental pues este les daría trabajo y recursos materiales para subsistir, para encontrar un lugar digno en la sociedad de la que forman parte.
El New Deal rojiverde sólo se podrá imponer por medio de un acercamiento entre el rojo (cuestión social y laboral), el verde (cuestión ambiental), entre el blanco, que es el color de la paz, y el violeta. La cuestión social no consiste en incorporar algunas frases de contenido rojo en las proclamas electorales. Consiste en hacer una propuesta coherente en el que las clases mayoritarias, que son las principales víctimas del neoliberalismo, sean ganadoras netas de la acción gubernamental. La cuestión de la paz no consiste en apoyar unas guerras sí y no otras, sino en romper con el uso de la coerción militar como forma de solución de cualquier conflicto, de romper con la OTAN incluido su falso discurso humanitario. El violeta no consiste sólo en hacer gestos para construir una paridad simbólica, sino en atacar los mecanismos que la destruyen: el desempleo femenino, la organización autocrática del trabajo, el reparto desigual de las tareas domésticas etc. En el Estado Español requiere, además, de un encaje nacional de raíz solidaria y redistributiva basado en el reconocimiento de la pluralidad nacional del Estado. En Europa requiere de la puesta en marcha de un espacio redistributivo continental que le deje un respiro al sur para generar empleo, para iniciar su reconversión energética, para producir y no sólo para consumir los productos del norte. La única forma de reunir el poder suficiente para este proyecto es la creación -multilateral, que no unilateral- de un marco en el que se de un goteo de acercamientos entre grupos, partidos, sensibilidades y corrientes desgajadas del sectarismo y de los partidos comprometidos con el neoliberalismo: una especie de Frente Amplio. Su primera semilla se plantó en Murcia a pesar del poco tiempo que había para hacerlo. El reto es incorporar a este espacio el trabajo organizado pues sin los productores organizados, sólo con consumidores más o menos responsables, es imposible construir un nuevo orden social y ambiental.
Hoy, el principal peligro para un New Deal rojiverde es el desmarque de una parte de los profesionales urbanos, el peligro de que abandonen su compromiso social y pacifista de antaño, de que busquen salidas individuales como clase, se aproximen al discurso de la hipercompetitividad, de la política exterior que ha generado este como ha sucedido ya en varias ocasiones. Es el intento de construir un polo verde que deje fuera a las clases populares, a los principales perdedores de la crisis, un polo de guerras humanitarias alineadas con la OTAN: el “Green New Deal” que los verdes europeos intentan desembarcar en España. Retórica electoral a parte: su objetivo son los profesionales con una renta per cápita y un capital cultural mucho menos amenazados por la crisis, gente educada que viaja mucho en avión pero que ha expulsado a los barrios pobres y a las clases trabajadoras de su horizonte político y visual, que se ha desentendido de los territorios sin recursos. Busca arrancarle un poco de verde al neoliberalismo, tiene un fuerte componente neocompetitivo, esquiva el problema de la explotación laboral y no se entusiasma precisamente con la redistribución y el sector público, excepto cuando se trata de subvencionar proyectos de contenido ambiental. Muchos profesionales siguen comprometidos con las clases subalternas: sin él será imposible derrotar al neoliberalismo. Pero el Green New Deal empuja a muchos de ellos fuera de este compromiso debilitando a los oponentes de aquel. Antepone los elementos culturales e identitarios a la cuestión social pues no tiene margen de clase para fundir ambos extremos. Es un proyecto de pan integral para habitantes de chalets con mucho verde, de bellos lofts ubicados en las almendras de las capitales: nada que objetar. El problema es que es un pan a euro y medio la barra inasquible para las mayorías. Estas, abandonadas a una lucha neodarwinista en unos barrios periféricos con recursos cada vez más escasos, son arrojadas a los brazos del populismo de derechas, al enfrentamiento identitario y a una visceral animadversión al verde puro por su flagrante insolidaridad de clase. Su capacidad de generar mayorías significativas en España es escasa debido a la composición empresarial y laboral del país que poco o nada tiene que ver con el suroeste alemán o con la Isla de Francia. Su horizonte se reduce entonces a convertirse en bisagra entre fuerzas políticas fieles al neoliberalismo, a limpiarle un poco la cara con verde menta procurando no irritarle demasiado los ojos.
¿Somos conscientes de esta encrucijada? Algunos partidos empiezan a tomar nota después de haber contribuido muy poco en el pasado a impulsar el modelo murciano. Otros operan en el sentido contrario: supresión de la cuestión social a cambio de conquistar un poco de verde sin irritar a los grandes poderes del país y pan integral a un euro y medio la barra para alargar la esperanza de vida de sus votantes. La ciudadanía indignada en la calle tiende a replegarse por el invierno y es comprensible el agotamiento. Los que se empeñan en pensar por su cuenta intuyen dos cosas: que el modelo murciano es la salida política y que una combinación no retórica entre el rojo y el verde, entre el blanco y el violeta, acompañada de una forma muy distinta de entender la participación política, es lo único con capacidad real de forzar una salida justa. Las elecciones son un momento más en una larga marcha hacia la hegemonía y la madurez demostrada por muchos ciudadanos en los últimos meses hace albergar esperanzas. Que los partidos tomen nota de esa madurez y actúen en consecuencia. Y si no lo hacen, que los ciudadanos se alejen y los penalicen con su voto y con su antipatía.